viernes, 28 de diciembre de 2012

Un cuento de Navidad: la Gran colecta

Antes, cuando la Sonia le decía al Javi ‘Hoy voy al banco’, quería decir que iba a ingresar un talón o a sacar dinero. Si tenía que retirar dinero de la cuenta común siempre se lo comentaba. Antes le llamaban ‘la cuenta común’, porque cada uno tenía también la suya. Ahora lo tienen todo en una sola cuenta, en la Caixa. Se han acabado los ahorros.

Ahora cuando dice ‘voy al banco’, la Sonia quiere decir otra cosa. Hace tres meses que va una vez por semana al banco de alimentos. No dice nunca ‘Voy al banco de alimentos’. Dice ‘voy al banco’ y basta. Desde que cerraron la mercería donde trabajaba (no podía pagar el alquiler del local) hace trabajos de costura por encargo, pero no es suficiente para llegar a final de mes. Al Javi (aparejador) se le acabó el paro hace nueve meses, y no levanta cabeza. El niño aún va al instituto y tampoco trabaja.

Por suerte, no tienen que pagar ninguna hipoteca. Viven en el piso de su madre, en la calle Industria. Y cuando dice ‘voy al banco’, su madre ni se inmuta. Si dijera ‘Voy al banco de alimentos’ quizá prestaría atención. Pero la pobre mujer ya no se entera de nada. Hace días que le compra unos pañales más baratos y tampoco se ha quejado.

La semana pasada el presidente de la comunidad convocó una reunión de vecinos con un orden del día delicado. Hace quince años que no pintan la escalera y las paredes caen a trozos. Hace cinco años tuvieron que poner dinero para poner el ascensor en la finca y las dos viudas de la escalera todavía se acuerdan. Entonces el Javi trabajaba en un despacho de arquitectos y tenía la cartera llena. Si pusieron el ascensor fue por él y el presidente, que convencieron a los vecinos, uno por uno. Las dos abuelas se tuvieron que tragar el ascensor.

Pero hoy la reunión de vecinos será muy diferente. Se tendrá que enfrentar al presidente. Decir públicamente que no tiene un duro para pagar. Ya ha quedado con la viuda del primero primera y la recogerán para ir a ver al administrador. “Sobre todo, en la reunión no te alteres ni te pongas nervioso”, le ha dicho la Sonia esta mañana mientras le cortaba el pelo. Al principio se resistía, pero ahora le relaja que la Sonia le corte el pelo. Hace nueve meses que ni él ni el niño van al barbero. La Sonia tampoco va a la peluquería. La arregla la Rosaura, la vecina del tercero segunda. Primero solo eran flequillos. Ahora toca el cuello. La viuda del entresuelo no irá a la reunión. Lástima, porque la mujer tiene una lengua viperina y lo habría apoyado. “Al presidente ahora se le ha metido entre ceja y ceja que hay que pintar la escalera porque quiere venderse el piso y no lo consigue. Dice que a la gente le cae el alma a los pies al entrar en la finca. Quizás sí. “Ya se arreglará”, le ha dicho la señora.

A las siete pasan a recoger a la viuda del primero primera para ir a la reunión. La mujer se ha pintado un poco. La Sonia, también. La viuda marca el paso y no corren mucho. Ya está bien así. Si son demasiado puntuales llegaran a la primera convocatoria y no tiene ganas de encontrarse cara a cara con el presidente.

La reunión comienza a las ocho menos cuarto, con mal pie. El administrador se saca una hoja de cálculo de una carpeta, y recita la lista de morosos. Ahora ya es público y notorio: El señor Javi Moreno hace seis meses que no paga las cuotas trimestrales. No es el único. Hay dos más. El del ático también se ha retrasado, de hecho hace semanas que nadie lo ha visto por la escalera. Y la viuda del entresuelo, que se ha quedado en casa, ahora se entiende, porque ya hace un año que no paga.
Sin hacer más comentarios, el administrador pone sobre la mesa tres presupuestos de tres empresas diferentes. El más barato sube a quince mil.
-Quince mil euros? -exclama el Javi-. Eso es una barbaridad.
-Si encuentras uno más económico, enséñamelo! Y si no te gusta como lo hacemos, te cedo el puesto de presidente. Para mi mejor, menos quebraderos de cabeza.
- Queréis decir que es el momento de pintar la escalera, ahora? Con la que está cayendo.
-Eso ya se decidió en la última reunión, Javi –dice el Presidente-. Si tú no viniste no es nuestro problema. Escucha bien lo que te digo, con las cuotas pendientes de cobrar tendríamos suficiente para poner tres capas de pintura -dice el Presidente.
-En efecto -remata el administrador-. La verdad es que con las previsiones de pago de todas las cuotas hasta final del ejercicio, salen los números.
-Si todos hubieran pagado, cerraríamos este trimestre con superávit -recalca el presi, mirándolo fijamente a los ojos.

El Javi no soporta la insinuación y está a punto de encenderse, pero la Sonia le retiene del brazo antes de que pueda levantarse de la silla. De pronto siente que toda la reunión es una estratagema para humillarlo delante de los otros vecinos. Del payo del ático o de una viuda se podía esperar todo, pero de él no. Ninguno sabe que lo pasan mal. Hace meses que él y la Sonia han dejado de comprar en el súper que tienen debajo de casa. Ahora van a un Lidl que está a cuatro travesías. El Javi procura salir cada mañana a la calle bien duchado y planchado, como cuando iba a trabajar, y todavía circula por el barrio con el mismo coche. Ahora lo aparca en la calle, eso sí, pero no le da la gana de quejarse.

Enrabiado, el Javi se levanta y sale de la reunión sin votar ningún presupuesto. La Sonia se queda clavada en la silla. Aún le queda una pizca de dignidad. Cuando se levanta la sesión, se hunde y les explica todo. Desde que no tienen internet, el niño no para nunca por su casa. Hace tres meses que no pagan la luz y ya les han avisado que dentro de cuatro días les cortarían el suministro. La Sonia ya ha ido al Lidl a comprar velas. Y cuando explica que ahora mismo hacen equilibrios con la pensión de su madre, se desmorona del todo: “Suerte tenemos con el banco de alimentos, pero el día que la abuela nos falte, no sé qué haremos”, dice la Sonia llorando a lágrima viva, con el rímel que le cae mejilla abajo. El presidente y el administrador escuchan de pie, sin saber que decir, con una piedad que parece sincera.

El día siguiente es viernes y les cortan el suministro de electricidad. “Se ha ido la luz”, dice la abuela. Como la cocina es de vitro-cerámica, han de cocinar con el fogón del camping gas.
El Javi se pone el delantal para hacer la cena. Hoy tienen dos huevos y se podrán repartir una tortilla.
-Deja, deja –le dice la Sonia-, ya la haré yo, que tú siempre pones demasiado aceite.
En todo el tiempo es la primera vez que su mujer lo recrimina así, con este tono. Siente que está perdiendo el control. Después de cenar, llaman a la puerta. ‘Vaya horas de llamar’, dice la abuela. Son las diez menos cuarto de la noche, pero está tan oscuro, que parece más tarde. El Javi coge la vela y va hasta la entrada. Antes de abrir, mira por el ojo de la mirilla. En la escalera hay luz, y ve al presidente.

Que querrá ahora? Cuchichean la Sonia y el Javi.
-Quizás quiere disculparse. Abre -dice la Sonia- Es buena gente.
Hay un tira y afloja, pero ahora manda ella, y se hará lo que ella diga. El Javi abre la puerta, pero la luz de la escalera ya se ha apagado y el presidente se ha esfumado escaleras arriba.

En la puerta les ha dejado una caja de cartón con unas bolsas del súper de abajo, llenas de paquetes de pasta y arroz, legumbres, y una botella de aceite de oliva. También les han puesto una lata de espárragos, olivas, galletas. Ahora que pensaban que este año tampoco tendrían cesta de Navidad, la Sonia saca de las bolsas una tableta de chocolate negro, que tanto le gusta al niño.
Traducción Maria Rosa Rodriguez Antequera.
Barcelona. / 2.12.2012 

Agradecemos a www.nuvol.com, la autorización para reproducir este Cuento de Navidad.

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